Para Lama Obeid, ser escritora de viajes no es simplemente una profesión; es un reto constante, un desafío que va mucho más allá de lo que cualquiera podría imaginar.
Como palestina, Lama no solo se enfrenta a las dificultades habituales de la vida profesional, sino también a un sistema que le pone trabas en cada paso de su camino. Su historia, más que un relato de aventuras y descubrimientos, es una cruda realidad que ilustra lo que significa viajar cuando tu pasaporte no te otorga privilegios.
En 2023, Lama consiguió lo que muchos considerarían el sueño de cualquier escritor de viajes: una comisión de Lonely Planet para trabajar en la guía de Israel y los Territorios Palestinos. Pero para ella, esta oportunidad venía acompañada de una realidad compleja. Mientras muchos escritores pueden desplazarse sin mayores problemas, Lama sabía que para cumplir con este trabajo, primero tendría que superar uno de los obstáculos más grandes: las fronteras.
Y entonces, llegó octubre. Con la guerra estallando el día 7, el proyecto quedó en pausa por razones de seguridad. Para cualquiera, la idea de proteger a los viajeros sería suficiente justificación para detener todo, pero Lama lo vivió de forma diferente. Como palestina, nunca ha conocido una sensación real de seguridad, ni en su tierra ni fuera de ella.
Una travesía más allá de lo profesional
El siguiente encargo la llevó a trabajar en la 16.ª edición de la guía de Egipto y en la primera edición del libro «Experience Egypt». Sin embargo, lo que debería haber sido motivo de emoción y orgullo, para Lama representaba un nuevo desafío logístico y emocional. Viajar desde Palestina no es tan simple como tomar un vuelo; para ella, significa atravesar una serie de controles y trámites que hacen que cualquier travesía se convierta en una odisea.
Cruzar las fronteras: un reto personal
Para empezar, Lama no puede volar directamente desde Palestina. Primero debe viajar por tierra hasta Jordania, atravesando el cruce fronterizo de Al-Karameh, un proceso que puede consumir todo un día. Antes de siquiera acercarse a la frontera, tiene que obtener un permiso de salida y reingreso, un trámite que ya cuesta 14 dólares. Tras un trayecto que, dependiendo del humor de los soldados israelíes en los puntos de control, puede alargarse, llega al paso fronterizo de Jericó, donde debe pagar un impuesto de salida de 45 dólares. Este es un gasto considerable si se tiene en cuenta que el salario promedio en Palestina es de 600 dólares al mes.
Con cada paso, Lama debe presentar una montaña de documentos: su cédula de identidad palestina, su pasaporte jordano (pues, como refugiada, su familia obtuvo la ciudadanía jordana), una tarjeta de cruce y el recibo del impuesto de salida. Todo esto es solo el comienzo de un viaje que muchos ni siquiera considerarían como tal, sino como un enfrentamiento con la burocracia fronteriza.
Una realidad constante
Pasar por los controles israelíes es otra historia. Aquí, Lama se encuentra con soldados armados hasta los dientes y un ambiente de vigilancia constante. A cada paso, su estatus como palestina la coloca en una situación vulnerable. Para ella, esta no es simplemente una rutina; es una constante recordatorio de la precariedad que conlleva su nacionalidad.
Y cuando finalmente cruza hacia Jordania, aún tiene que enfrentarse a más formularios, revisiones de documentos y la posibilidad de ser retrasada solo por «diversión». Cada cruce, cada viaje, es un recordatorio de que el simple hecho de desplazarse está lleno de obstáculos para aquellos que, como ella, no tienen el «privilegio» de un pasaporte que los respalde.
El precio de seguir adelante
Solo cuando llega al aeropuerto de Amán, después de un largo proceso de cruces y controles, puede Lama relajarse por un momento. Allí, entre viajeros que se mueven con libertad y sin preocupaciones, es cuando puede fingir que, por unas pocas horas, es una escritora de viajes más. Pero siempre sabe que ese momento es efímero. Pronto llegará el próximo encargo, y con él, el desgastante baile de papeleo y restricciones.